miércoles, 10 de julio de 2019

ESPECIAL: Armando Ramírez (Homenaje)


Me siento con el grandísimo honor de poder escribir el primer homenaje de este blog, a un escritor de obras con lenguaje coloquial, autor de excelentes artes como “Chin Chin el Teporocho”, “Quinceañera”, “Noche de Califas”, “Pu”, “La Tepiteada” y otros muchísimos más… y de quien (con muchísimo respeto) quisiera recordar su vida como creador de tan hermosas artes. Armando Ramírez Rodríguez (mejor conocido como Armando Ramírez).


nace el 7 de abril de 1952 en la Ciudad de México.
la mayor inspiración para sus relatos fue caminar por el centro histórico de manera frecuente. De hecho, sus calles solían ser el escenario de sus obras en su mayoría.
En 1971 publicó Chin chin el teporocho, novela sobre la historia de un borracho y sus desventuras escrita con un lenguaje popular en el que se destacaban los juegos de palabras, el albur y léxico altisonante. En 1975, el escritor adaptó su obra para que fuera llevada al cine por el director Gabriel Retes; la película recibió el premio Ariel a la Mejor Ópera Prima en 1977.
Otra de sus obras, Ratero, fue motivo de inspiración para que Ismael Rodríguez, Julio Porter y Alejandro Galindo realizaran el guión para una película dirigida por Ismael Rodríguez.
En 1974 colaboró en el colectivo Tepito Arte Acá junto a Daniel Manrique, Julián Ceballos Casco, y Felipe Ehrenberg. Dicho espacio daba cabida a producciones de artes plásticas, literatura, teatro y sociología. Fruto de este proyecto vieron la luz publicaciones como el periódico El ñero y la revista Desde el zaguán.
El escritor recibió reconocimientos como el Premio Cabeza de Palenque (por el guión de Me llaman la Chata Aguayo) y la Medalla al Mérito Ciudadano, entre otros. 
Déjame (Océano), un nuevo homenaje al primer cuadro de la Ciudad de México, fue su última novela publicada.

(Obviamente), éste homenaje no tendría razón de ser, sin dar a conocer y recordar “Ratero”, cuento interesante y cuya obra muestra el único estilo de Armando Ramírez:
Ratero
… RATERO TENÍA el rostro amarillo, el labio inferior le temblaba como gelatina, con la mano derecha se echó el cabello que caía sobre su frente hacia atrás, bajó la cabeza hasta pegar su barbilla al pecho, sus párpados se bajaron hasta ocultar sus ojos café oscuro, su rostro adquirió una expresión de resignación, sus dedos entre ellos mismos se enredaban y se desenredaban con agitación. Y cuando menos se lo esperaba, ¡pas!, otro lamparazo en la boca del estómago, exhaló un ¡uuff! Lastimoso; su cuello se dobló colgándole la cabeza como gallina moribunda. Instantes después lo reanimaron con dos quedas bofetadas, nada más para que se pusiera al tiro. Lo cogió por la punta de los pelos de su copete, le zarandeó levemente la cabeza. Ratero entreabrió los ojos, le echó una mirada, así, como un borreguito a medio morir; la mirada era ¿una súplica? O ¿una interrogación? Por todo recibió una bofetada, que lo terminó de despabilar, y de nuevo le cayó la pregunta como ladrido de perro. ¿Quién te compra lo robado? Permaneció inmóvil, con los párpados entreabiertos, sus pupilas fijas, débilmente miraba a su verdugo con su implacable rostro: moreno de facciones de piedra, ojos de capulín, nariz de cotorro, labios de boxeador (o de borracho), dientes de defensa delantera de automóvil –de los años cuarenta– y el cabello lacio embadurnado de vaselina sólida, casi manteca. El “tira” volvió a mover los labios de boxeador, le escupió de nuevo la taladrante pregunta: ¿quién te compra lo robado? Ratero volvió a sentir el caliente, casi quemante, aliento del “tira”. Pero volvió a demostrar su terquedad digna de un irlandés, o de un indio rejego de fruta en las calles del centro de la ciudad. Mas por lo que se veía no contaba que ahí enfrente tenía a la ¡ley! Dispuesta a sacarle hasta el último nombre involucrado en la última jugada que había hecho en un departamento de la colonia Roma, en la calle de Jalapa. “El alarmota” se había ocupado de ellos en primera plana. (¡Chihuahuas!, pero cómo él iba a ser el “chiva”, ¡no! ¡cómo creen, no!, ni loco que estuviera, ellos son muy reatas y luego hacerles esta fregadera; pues este bato me la está poniendo dura, no suelta prenda, a huevo quiere que le suelte prenda; no, ni maíz, palomas).
                El agente lo miró como con satisfacción, bajó el volumen de su voz y le dijo en tono fraternal, o tal vez paternal:
            –¡Órale!, dime, si te encerramos, allá adentro te va a ir pior, me cai.
             –¿Sabe qué?, vamos a hablar claro. (A mí las cuentas claras y chocolate caliente).
             –De eso estoy pidiendo mi limosna. (Pendejo).
             –¡Ya va!, ¿cuánto va a querer por soltarme? (A este me lo como).
             –Ya sabes, una buena feria y que eches de carnaza al comprador de chueco. (Se quiere pasar de vivo).
             –¿Pero qué?, al único que pasan a amolar, es a mí. (Qué chingón).
             –No’mbre, cómo crees. (Ponte-buzo-porque te cruzo).
             –“Noo’mbree, cómo crees”, eso cree, y la quemadota  que me doy con usté, con los demás, no, ni chi, mejor deme tambo. (Qué pelada se la encontró este güey).
             –Tú nomás dime quién es, y de lo demás yo me encargo, no van a saber ni quién fue. (¡Ora!, descuídate y te rompo toda tu madre).
            El “tira” miró a través de la ventanilla. La calle estaba desierta. Miró de reojo de nuevo a Ratero, quien se limpiaba el sudor de las palmas de sus manos en su pantalón. El “tira” sonrió a la vez que se acercaba a ratero, y le dice:
            –Caray, eres duro, pero de qué te sirve si de todos modos te vas ir un buen ratito a la chirona. (Sigue de aferrado y de mi cuenta corre, no sabes en la que estás).
            –Pues sí – respondió Ratero, a la vez que seguía tallando las palmas de sus manos en el pantalón, en forma mustia –, ¿pero qué?, me aguanto como los buenos, y yo sé que mis amigos no me han de dejar morir solo. (Seguro ellos se parten la madre por mí como yo por ellos).
            –Eso crees, pero el único amigo es un peso en la bolsa, me cai, no te creas tan vivo que de tan vivo te vayas a morir y ni un petate tengas para enterrarte. (Pregúntamelo a mí: amigos los perros, no se tiene amigos, se tienen compañeros; uno nunca sabe cuándo tiran por la espalda. Entre una víbora y un amigo, me quedo con la víbora; ésta de perdida sabes que te va a atacar).
            –Tal vez, pero ahorita, ¡a morir por mis amigos! (Es verbo el cuatito este; no te dejes embrollar con tanto palabrerío, te quiere hacer dudar: tú nomás síguele la corriente). – y por toda respuesta, ¡pas!, otro lamparazo en plena boca del estómago y otro ¡uujff!. Del colorado había pasado al verde y del verde al blanco su rostro, en donde se veía su dolor; la desesperación; la angustia; el miedo que sentía. Ahora. En ese momento. Alzó los ojos suplicantes. El “tira” no lo veía, miraba a su pareja, que hasta ese momento no había intervenido para nada y sólo se entretenía leyendo las Ovaciones de la tarde en el asiento delantero; éste le devolvió la mirada a su pareja, por el espejo retrovisor, y una significativa seña de: calma.
Ratero echó su cabeza hacia atrás buscando el respaldo del asiento. Pero cuando se relajaba, ¡pas!, otra vez. Ahora con el puño cerrado en sus genitales. Ratero exageró el dolor, puesto que más bien el golpe le había pegado en las caras interiores de sus piernas. El “tira” lo volvió a coger por los cabello, y bruscamente le levanta la cabeza y le grita enfrente de su rostro casi mordiéndolo:
            –A ver si también los chingadazos, también te los quitan tus compas– Ratero no contestó, estaba demasiado adolorido para poder responder, lo mira despectivamente el “tira” todavía sujetándolo por los cabellos; lo soltó como quien suelta un muñeco de trapo. Miró a su pareja, al tiempo que se alisaba el cabello. Después le ordenó –: vamos a darle una vueltecita (… ver si se apantalla este jijo de…)
            Ratero se puso pensativo: “me va a dar otra calentada”. La radio comenzó a funcionar, se oía una madeja enredada de nombres, números, nombres de calles, y de palabras ininteligibles. Entraron por Matamoros a los mercados de Tepito, doblaron a la derecha por Toltecas, luego a la izquierda por la Rinconada, el “tira” que iba adelante después de enfrenar se bajó con velocidad, penetró a una vecindad de esas a medio caer. Ahí entraba más gente de lo que cabría suponer.
            Por fin salió el pareja del “tira”, se introdujo y se sentó, más antes le dio un paquetito envuelto en papel periódico, y aparte un billete de a mil pesos. Volvió a encender el motor, el clutch, el acelerador, la palanca de velocidades en reversa hasta llegar a la bocacalle; agarraron por Aztecas, el Carmen, Correo Mayor para agarrar por Tlalpan…, sssmmmmm, se oía el zumbido de los que nos rebasaban o rebasábamos, o venían, o se desviaban; nos desviamos. Ratero estaba dispuesto a aguantar otra calentada, primero lo mataban, o se mataba, que cantar, él no era una chiva. A él nadie nunca le gritaría que era un rajado, y menos unos mierdas como los “tiras”. Él ya había adivinado que no lo querían llevar a la Jefatura, y que no se conformarían como una piscacha de feria. Estos se traían algo más entre manos, sino ya le hubieran dicho cuánto… (… bieran llevado ya a los separos, estos tienen algo gordo, chancho, ¡Chihuahuas!, y yo ni color me doy de lo que se trata por más que me pongo buzo, no, no alcanzo a descifrar la transa que se train entre las manos).
            –… pérense, deme chance, hábleme al chile, y ya veremos si es cierto, ¿eh?, ¿me entiende?
            –Sí, ya sabes, ¿para qué te haces? Lo único que nos vas a dar va a ser el nombre del comprador de chueco. – Pero…, ¿pa’ qué?, si yo le puedo dar lo de los dos, usté’na’másdiga cuánto. – Tú nomás caile con lo tuyo, que el otro le caiga con lo suyo; órale, para qué te complicas la vida.
            –Pues usté, carajo, hasta la riega, de tanto querer pasar por muy inteligentes, hasta giles se vuelven, a ver pa’ qué tanta faramalla, usté quiere necesita y pa’ eso se metió de tirabuzón pa’ chingar sin ver a quién, pa’ sacar el dinero que dio de mordida para tener su plaza de agente, y poder ganar dinero fácil, honradamente, y sin que nadie le diga nada, porque usté es la ley, la que tiene la razón (téngasla o no la tengas, jijo de tu pu…), la maciza la que apaña la güita (… poca madre no debías de…), la que se divide la ganancia de la transa (… a tu jefe le tienes que dar su cuota, acuérdate, porque hasta eso tienen: son re’ organizados y re’ …), total se debería de poner más buzo y no tenemos tanto tiempo encana, si afuera te servimos más (… blemas con tu jefe, ni el jefe con su jefe y así hasta sacar una cadenita de oro/desgracias…), no, jefe, si hasta la riega re’ gacho…
            –¡Ya cállese, cabrón! –y, ¡pas!, otro lamparazo, ya loco lo traían a puro lamparazo. El “tira” agregó –: dinos, ¿quién te compra lo robado?, me cai que si te llevamos a la Jefatura te va a ir peor.
            –Pues llévame, al fin y al cabo, el único que sale perdiendo, es usté.
            –No te creas tan vivo, te vamos a meter derechito a los separos, sin siquiera des tu nombre, y ahí te vas a tener hasta que sueltes prenda. (Síguele de aferrado y te jodo bonito, sabes que te las sabes de todas todas, pero ya estás muy quemado, me tienes y te tengo sincho; vamos a ver de qué cuero sa…) Ciertamente iba muy temeroso Ratero, pero se creía, a la vez, lo suficiente hombrecito para demostrarles que si hay algo que le sobra es … eso. Tiene muchos.
Era un cuarto semioscuro. Ratero estaba completamente desnudo, los “tiras” estaban a ambos lados de él. Le ofrecieron una silla, se sentó, trataba de darse calor él mismo, frotándose con sus manos el cuerpo de carne de gallina. Tenía una vaga noción de lo que le iban a hacer en ese momento, pero trataba de disimular, trataba de no recordar lo que le habían contado sus amigos de oficio: (… me desnudaron el cuarto oscuro los alambres toques en los testículos la cabeza me la metieron en un excusado lleno de orines con mierda. Me golpearon aquí mira donde no se ven las señales de los golpes…).
            ¡PUM Pun Pun un nnnn! Sintió como los oídos le rebotaban en forma punzante. El golpe se lo había dado sobre los oídos a un mismo tiempo el “tira” nariz de cotorro. Exhaló un grito que retumbó en el cuarto, y desgarró los sentimientos de las paredes. Los “tiras” permanecieron inconmovibles. Ratero sentía quedarse sordo, todavía tenía adoloridas las entrañas de su cabeza. Con su rostro muy solemne, la pareja del “tira” nariz de cotorro, interrogó:
            –Ya ves, dinos, qué te cuesta, total, ¿ellos qué son de ti? Nada. Es más, mira, tú nomás dinos quién es el comprador, y luego luego te soltamos sin que nos des un quintonil –Ratero medita, y trata de llegar a una conclusión. Pero… (… ¿qué se traerán estos? Ha de ser algo grande: sino, no me estuvieran jodido a cada ratito. ¡Oh…! ¿ya sabrá algo de lo grande que hace y quieren agarrarla, aunque sea algo sin importancia? Pero, ¿qué tal si nomás es un cuatro? Pero ya era hora que la Lola ya se hubiese movilizado para tratar de desafanarme; seguro que ya le llegó el pitazo de que me amachinaron los “tiras”, ¡Chihuahuas!…) Lo hicieron que se parara, temblando de frío, cubriendo con sus manos órganos genitales, más por el frío que por pudor. Le indicaron que se dirigiera hacia uno de los rincones oscuros del cuarto, en el cual alcanzó a distinguir un bulto como entre humo. A cada paso que avanzaba se le fue haciendo visible aquélla cosa, pero aun así, cuando estuvo a medio metro no distinguió muy bien qué era (?). Le hicieron poner sus manos atrás de su espalda, se acercaron un poco más a aquélla cosa (?). Por fin alcanzó a descifrar el objeto, era un tambo, un tinaco, un barril. Como de un metro y medio de altura, apenas si lograba sobrepasarlo un poco con su metro cincuenta y cinco centímetros de estatura. Vio con espasmo en su estómago, que el tambo estaba lleno de agua (… me van a dar tambo/tanque, de ahí que cuando a uno lo llevan a la cárcel se diga que le dan/lo llevan/le toca tanque o tambo…), después ese espasmo se convirtió en un miedo/tiempo indescifrable (… me van a meter ahí…). Sintió como el agua helada le penetraba en su miedo, un escalofrío, un sudor (ç), una encomendación a San Dimas, un hondo suspiro, y una larga interrogación lanzada con sus ojos apagados. Fue toda una cadena de reacciones, lo que le produjo su introducción al agua.
            –¿Entonces qué? ¿Vas a hablar? … … … ¿Sí o no? Contesta – acaba gritando enfurecido el “tira” con cabellos llenos de vaselina sólida, que casi parecía manteca.
            –Ya se lo dije. Máteme pero yo no digo nada.
            –¡Oh!, qué cabrón eres, necio como una …, ¡ya súmelo! – ordenó a su compañero. Éste, sumiso, obedeció; después de haberse arremangado la camisa, le puso las manos sobre los hombros, e hizo presión hacia abajo. Ratero intenta hacer resistencia. El “tira” de ojos de capulín con decisión a su pareja ayuda, empujando a Ratero por la cabeza hasta sumergirlo dentro del agua, a la vez que le decía –: Órale, no se ponga perro, a ver, quiero ver si es cierto, no que no, chingaquedito. Vamos, no se me raje, vamos, demuéstreme que no es pura pantalla. Y Ratero sentía como le invadía la desesperación y cómo el aire que metía en la boca le inflaba los cachetes, y de repente comenzó a hacer: glu glu glu glu glu, y las burbujitas subían a la superficie del tambo. Uno a otro se quedaron viendo, el “tira” que nunca hablaba lo jaló de los cabellos y lo sacó a que respirara. Se oyó el chapoteo del agua, al caer al suelo, el resbalársele por el cuerpo a Ratero, quien dio una fuerte aspiración, junto a un suspiro aliviador. El “tira” de facciones de piedra lo interroga: – ¿Ya escarmentó? A ver, vamos a ver si ya escarmentó. ¿Quién es el comprador?
                Ratero sentía cómo el corazón le latía reaprisa, le hacía: BUM PAS BOM PUM TRAS, y el miedo que se le introducía por el ano y se le salía por los ojos y su cerebro que trataba de trabajar a un millón de revoluciones por décimas de segundo: (¿y ora si este güey si me mata? No no no no ni chi aguante a ver si se le afloja el corazón el callao tiene cara de buena gente pero chinchiguillas americanas sea pinche vieja que no se moviliza ya era hora que … caray vamos uste nunca se ha chivateado ahora es cuando dijo la gallina al gallo no ni madres no aflojes …) Y como no obtuvo contestación el “tira” de labios de boxeador (o de borracho), de nuevo que lo sumergen y de nuevo que, vuelve a sentir el miedo que se le cuela por las axilas y le hace caricias a su corazón, que late a ritmo de un caballo desbocado, los pies los sentía que ya no los sentía, y sus piernas de lo frías que estaban parecía que se le iban a quebrar. Pareció adquirir de repente una súper inteligencia – cuando la necesidad apremia al hombre, este exige que su cerebro trabaje mejor, ¿o no lo han notado después de cada guerra? –, que lo hizo deducir (…ce ratito hice glu glu glu glu glu, y me sacaron, qué tal si de nuevo vuelvo a hacer glu glu glu glu glu y me vuelven a sacar, y de nuevo hizo: glu glu glu glu glu glu glu, y de nuevo que lo sacan a la superficie). El agua que le escurría de la cabeza por la frente, le impedía ver así es que sacudió la cabeza como las gallinas. Cuando adquirió la suficiente visibilidad, volvió a preguntar el “tira”: – ¿quién es el comprador de chueco?, ¿quién es?, ¿quién es?         quienesquienes              quienesquienes quienesquienesquienes quienesquienes.
            Y de nuevo que lo vuelven a sumir. Sentía que su voluntad flaqueaba, y la desesperación por salir a la superficie, por no temblar, por no sufrir, por no querer pasar por un tonto, lo hacían que dudara y quisiera por momentos decidirse a cantar, ¿pero pa’ qué?, de todos modos iba a salir lo mismo (le lavan a uno primero el cerebro los agentes para que como la cenicienta comience a decir no que no yo no fui fue teté pégale pégale que ella fue y que no siempre no fue el otro, aquel viejo trombón panzón y cagón, y que no tampoco fue porque aquí lo que se trata es de echarte tú la culpa la tengas o no la tengas – la ley nunca se equivoca – así es que no vengas y salgas con que a Chuchita la bolsearon si ella ya estaba más que bolseada sólo que hay que hacerle al cuento. . . . . . . . . sí sí sí me lo dijo la chata, es más, ya sabía a lo que le iba tirando pero pues siempre la duda que le meten estos canijos y su verbo butipalabrerío: no que ya vinieron que ya te echaron de cabeza que ya tenemos pruebas en tu contra que mira que si dices así pues te vamos ayudar y sino dices pues ayudamos al otro que mira que te voy a recomendar con el juez y que en la peni nomás te va a tocar hacer la fajina que que por qué pos porque yo soy aquél yo las puedo donde sea a mí pelones y mamones y que hasta grifa te voy a dar y que si te sigues portando bien como hasta ahora cuando salgas te voy a mandar a la frontera para que le entres al talón del bueno y ahora sí lo que ganes es de cada quien para su santo y ya sabes toda una lavadota de cerebelo). Comenzó a sentir la desesperación frenética, la que hace cosquillas en la espalda atrás del estómago, y hacer esfuerzo, y adquirir fuerza, y a querer salir a la superficie, y unas manos que no lo dejaban, las manos impotentes que se le resbalaban, y los pies atados, y que pierde el equilibrio, y se va de lado, su cabeza se golpeó contra una de las paredes del tambo. Por fin unas manos lo sujetaron de los cabellos y lo sacaron a la superficie: aaah-jaaaaa aaah-jaaaaa aaah-jaaaaa. El “tira” cuando vio que se recuperaba un poco, volvió a preguntar:
            –¿Qué pasó?, ¿quién es el comprador? Habla porque si no te vamos a matar, ya que qué nos cuesta, ni cuenta que se den, te aventamos al canal del desagüe y ni quién se las huela, y si se las huelen se hacen. Habla, te conviene, yo sé lo que te digo.
            Ratero los miraba. (Quien sabe cómo, así, ¿no?, como que me miras y no me miras, me entiendes, ¿eh?, simón, así mero). Por fin dijo con voz entrecortada por la temblorina que sacudía a todo su cuerpo:
            –Ya le dije, total cuánto quiere, dígame, y deme chance de conseguírselos, ni una hora, en menos de los doy, ¿quihúbole?
            –Ya te dije, no queremos ni madres. Nada más dinos quién es el puerquito para ponerle Jaume y ya ni te molestamos más.
            –Total –intervino el “tira” callado–, qué te cuesta, nada, mira, por nosotros no va a saber nadie quién fue el del pitazo; es más, te pongo una y buena… ¿vas?
            –A ver, suéltela –contestó Ratero, pero más con el evidente propósito de tener más tiempo de reposo antes de que lo volvieran a sumergir.
            –Mira, nosotros necesitamos al chango ese para una transa, pero necesitamos agarrarlo forzado, para que él no nos agarre forzados, ¿me entiendes?, ¿no?
             –Pero, ¿pa’ qué conmigo?, si ustedes tienen al resto a su disposición, no se hagan.
            –Seguro. Pero todos están quemados y superfichados, nosotros queremos a alguien nuevecito, o que no sea tan conocido.
            –¿Y yo qué gano con todo esto? –cortó la plática Ratero dándose cuenta que los podía tener amarrados, poner las cartas a su favor, prosiguió–: aparte de las calentadas que me han dado.
            –Pues tu libertad.
            –¡Nada más!
            –¿Pues qué querías más? Te agarramos en una transa y te soltamos, ¿quieres más?
            –Mmmm mmm (… mi pepsicola nada más…), no me convencen, ¿es fayuca?
            –Qué te importa– y, ¡pas!, que lo vuelven a sumir. Pero lo volvieron a sacar, le desamarraron las manos y le hicieron salirse del tambo. El callado le prestó ayuda. Depositado en el suelo, se formó un charco de agua, ¿de miedo?, del agua que le escurría por todo su cuerpo, temblaba y le castañueleaba la dentadura, al momento que le aventaban una toalla–. ¿Entonces qué? –le volvieron a interrogar.
            –¿Es fayuca? –contestó otra vez Ratero.
            –Hay algo de’so y otras chivas.
            –No sé dónde vive. Pero sí sé dónde tiene su bazar, ahí está él todos los días, todo el día.
            –Pues dinos dónde es.
            –No, cómo creen, además ya es muy tarde, hasta mañana (… es mi seguro de vida…). ¡Aaah!, pero yo no me voy a quedar aquí toda la noche.
            –Pero tampoco te vamos a andar cuidando.
            –Pues déjenme en mi casa.
            –Qué peluca (…cucha…), no, y luego te vas de cuete.
            –No, aquí te quedas.
            –Entonces olvídense, no hay nada hecho.
            –¡Oooh!, no comiences de nuevo. Chicotes.
            –Ahorita, o mejor ni maíz, palomas.
            –Pues vamos a llevárnoslo al imperio.
            –Está bien –aceptó resignado el “tira” de ojos de capulín. Ratero se comenzó a vestir a presurosamente.
Y otra que piensa que su cliente es pura chinche. Y que ya llega el “tira” de nariz de cotorro con su pareja (…callado se calla…) y un invitado muy especial.
                Se sentaron en una mesa hasta el rincón. Ratero contra la pared, en medio de los dos “tiras”. Se les acercó una prostituta de blusa roja, con falda gris con cuadros blancos, con la bastilla diez centímetros arriba de la  rodilla enseñando unos muslos moreteados, unas pestañas postizas que parecen mechas de color negro, ésta no mascaba el chicle, ni las otras. Pero eso sí ya andaba más borrachina que yo el quince de septiembre en la noche. Lo de borrachina no le gustó al “tira” nariz de cotorro, con dientes de defensa delantera de automóvil, quien sin más ni más le pidió dinero.
                –Dame todo lo que traigas. Necesito dinero, luego te cuento –al momento se acercan dos prostitutas. Pero con dureza en sus gestos y en su voz las repelió el “tira” de nariz de cotorro–. Orita no molesten, ándale rápido que me voy.
                La prostituta como medio asombrada, no acertaba qué hacer, se dio la media vuelta y fue al guardarropa. En tanto Ratero la miraba: (…así son todas si las tratas bonito y que cariñito lo hacen a uno como su trapeador por eso hay que ser duro con ellas porque si no nos dejan. Ahorita ha de estar taloneándole lulú en el pirata si no es que ya me anda buscando no no creo a no ser que haya ido mi socio a buscarme. Ese callao nomás se le queda viendo a uno y a las viejas si yo tuviera los pesos que tiene luego luego dos tres viejas en mi cama pinche gordo es gil el otro no es macizo pero para un vivo vivo y medio cuando él va yo ya vengo…). Y el gordo callao veía con ojos ávidos, con sonrisita de maniático sexual, cara de sátiro que no puede con ella, y su cabeza con sus pensamientos revoloteándole ahí adentro de su ser: (… ese raúl cómo tiene suerte con las viejas pero se quiere pasar de vivo y esta reladino remustio remosca muerta y todo el guato ahí en mi casa y con la bronca cada día más dura todos quieren su pedacito cómo le tiemblan los senos. Yo mejor que se venda rápido la morena baila sabroso. Tiene buenas piernas la chaparrita total a nosotros nos llovió del cielo sí me pasaría una cerveza fría…). El gordo gelatinoso se movía sudorosamente al momento en que veía venir, quién sabe cómo, a la prostituta del “tira” de nariz de cotorro, quién se mostraba pensativo: (… éstos cómo miran a mi vieja todavía está buena maldita para qué traería a este ahorita ahora sí qué bonito ando cuidando a mi vieja por andar con este par. Ese gordo es así así con su carita pero bien que se sabe cubrir esta vieja con sus pasitos ándale hay que traerlas, movidas porque si uno se duerme le pasa lo que al camarón que se durmió).
                La prostituta muy melosa se le acercó dándole el dinero muy discretamente a “tira” de ojos de capulín, a la vez que le embadurnaba de lápiz labial la boca. Un sujeto trastabillado se les acercó, llevaba una botella de cerveza en la mano derecha y evidentemente estaba muy tomado. Miró al “tira” en forma por demás odiosa, con movimientos torpes le lanzó la botella a la cara del “tira”, quien la esquivó con un movimiento brusco al momento que daba un fuerte empellón a la prostituta. Se lanzó tras de su agresor quien se daba a la fuga en la gorma más torpe, lenta y lastimosa que quepa hacer un ser humano. El “tira” lo alcanzó, lo jaló con su brazo por atrás del cuello y el hombro. El borracho comenzó a musitar palabras de perdón: “perdón jefecito le juro que no lo vuelvo a hacer”, “es que se me fue la onda por su mamacita”, “perdóneme en verdad que no sabía lo que hacía, estaba borracho”. El borracho llega al extremo de hincársele y suplicarle llorando: “no me pegue tengo diez hijos y tres hermanos y una mamacita y una esposa…” No lo dejó terminar el “tira”, quien dándole un puntapié en el pecho, lo lanza de espaldas contra el suelo. Ahí tirado lo patea una, dos, tres, cuatro, cinco veces más en las costillas, sin lástima, a lo desalmado, a lo alma méndiga. Se regresa a la mesa con el rostro contrariado. A voz grave le grita al mesero que traiga una media de Presidente……… “sabe que la quiere y la irá a buscar, esa paloma negra, no la alcanzará”. Cantaba terriblemente descuadrado, al momento que se movía como su estuviera bailando con su dama. Volteó a ver a los músicos de la orquesta que descansaban, y les gritó: Órale échense esa paloma negra nunca volverá. Y la orquesta, como si raúl fuera el dueño del cabaret, le obedece fielmente (…ese “tira” trai los pesos…). Mientras, la media de Presidente llegaba con tres vasos y tres sidrales y sin hielo, ahí no hay. Bueno, sí hay, pero casi no lo usan. Y el “tira” nariz de cotorro como que de repente se pone alegre, y que abraza de repente a su viejita querida, a su dizque noviecita del alma, y comenzaron a bailar de a cachetito. El gordo de ojos de perro, nariz de gato cucho y boca de ratón asustado, con movimientos así medio que como que se mueve muy sabroso pa’ bailar la rumba y la paloma negra bailaba con la morenita de piernas bonitas, y toda la pista era de ellos. Ratero medía la situación (…etros más centímetros menos total ai de Dios será mi suerte maltrecha rene…). No esperó más fracciones de segundo. Llegó hasta la puerta del cabaret tumbando gente por doquier, el “tira” de labios de boxeador se apartó rápidamente de su pareja cuando camelot a Ratero írsele por piernas. Una ráfaga también pasó tumbando gente, y tras él, en cámara lenta iba el gordo panzón panseco, barrida de pulquero viejo. Llegó Ratero a la esquina de los mercados de la Lagunilla. Cruzó a toda velocidad el asfalto renegrido. En tanto gordo luchaba consigo mismo por correr más de prisa, jadee que jadee. El “tira” de facciones de piedra por momentos parecía que se acercaba a Ratero. Ahora se iniciaba una carrera loca, en la oscuridad, entre las calles vacías que escuchaban: pas pas pas pas pas pas pas pas pas de las pisadas, el ah-jaaa ah-jaaa ah-jaaa de la agitación. Los ojos brillan en la oscuridad, llegan al estacionamiento, Ratero logra comenzar a sacar de nuevo ventaja al ojos de capulín, Ratero vuelve a dar vuelta como quien va para la calle de Ecuador. Llega a Ecuador, vuelve a doblar, se pega a la pared sssch (…silencio…) del mercado que da a Garibaldi, aguanta la respiración, se sujeta el corazón, crispa las manos, fija los ojos, aguza los sentidos y tensa sus músculos. El “tira” labios de boxeador (…dio la vuelta se me va a pelar hijo de su chinglanca manca ora sí… quieto camarón no te apresures… ahora rápido…) dobló hacia el mer… pum pum. No contó que lo que le esperaba no eran las manos sino una metida de pie, una zancadilla, y lo hace rodar por la banqueta hasta casi caer al asfalto. Trata de revolverse al momento en que trata también de ponerse de pie. Pero es lanzado de nuevo al suelo por feroz patada en plena boca, la pistola del agente –la cual había tratado de sacar y de usar– se dispara, incrustándose el balazo en la pared de un comercio de telas, sus credenciales vuelan, al igual que su placa. Trata de nuevo de incorporarse con movimientos violentos, para no darle tiempo a que lo vuelva a golpear Ratero, quien, como animal, como fiera, como humano, va al acecho de su pieza. La misericordia no tiene valor. Sólo hay dos caminos (…él o yo…), es la serie de injusticias, de complejos, de marginación, de golpes que da la vida, de TIRAnización, de sometimiento, de mustia rebelión hecha pensamiento irracional, pensamiento del marginado, es: chingaquedito, chinga chingón soy yo, para un cabrón, cabrón y medio, ahora es cuando, mata mata con el diablo se atrabanca. Uno no es ninguno, dos es uno, tres son dos, cuatro ya mejor construye tu rastro porque eso ya es carnicería. Y lo seguía pateando, ora con la izquierda, ora con la derecha, ora por tu alma maldito perro enterrador, que mañana la banda celestial te tocará las mañanitas. Una piedra de tamaño amenazante se estrelló contra la cabeza del “tira”, lanzada por Ratero. Los jugos lanzaron sus chisguetes color: rojo, amarillo –un gritito apenas si se oyó– gris cristalino, y una masa que se coagula de color: blanqui-gris-amarillo. De la cara del “tira” nariz de cotorro sólo quedó una masa de carne apachurrada, amartajada, amasada, aplastada. Un diente había caído cercas de los pies de Ratero que ahora se apellidaba Asesino (…para servir a usted…).
                Tan, tan, tan, tan. El gordo llegó al lugar de los hechos –léase en un tono así medio amarillista, tú me entiendes, ¿no? –, gordo con su barriga que al respirar se le subía hasta arriba y se le bajaba hacia abajo y se le bamboleaba como un cuero lleno de pulque, y limpiándose el sudor de su frente con un pañuelo blanco, se detuvo ante el cuerpo de su compañero, sus ojos se dilataban, y el corazón se le iba por la boca, y la lengua se le volvía de madera, y los movimientos de su cuerpo denotaban la invasión del miedo que le hacía: cus cus, y su mente que trabajaba más de lo acostumbrado (… ya le pusieron en toda la chapa por güey quién le manda total ¡pero! Y ¿ahora qué? Chinga esto se está poniendo ya anda valiendo híjoles y yo con toda la mercancía pu… pa…’amos a la… ya valió el puro embarque no ni madres sobre el gordito pero capta tu onda hay que actuar a lo seguro es jodón ese cuate te va a dar gane de puro cuete se te va a ir no ni chia ti nadie te gana el mandado si así con tu carita de que no quiebras un plato pero bien que rompes una cazuela bajita la mano école tú sí sabes dos y dos no son cuatro son los que a ti te convienen que sean porque así es la ley de la lógica la lógica marciana la que se vive donde tú vives donde lo transparente es lo negro y los cien años de soledad no son nada cuanto tú te pones grito y cantas el quiquiriquí y pedrito el de comala te hizo los mandados y el amarillo te pidió favores y te regaló varios de a mil cuando compraron a aquel ingeniero que se las daba quesque de muy santo aquí no hay nada aquí todos bailan el jarabe tapatío al son de la guitarriza pero qué jijo de su mamacita linda pero par un jodón hay jodón y medio. Acuérdate de la feria la luz sin luz y feria no baila el oso tú sabes la ley de la plusvalía cuánto tienes cuánto vales o mejor dicho tus calzones no mandan mandan tus bolsillos –llenos naturalmente, tú ya sabes de qué– tienes: radios, televisores, gatos, relojes, máquinas de escribir y de coser, grabadoras, estéreos, autoestéreos, rifles, pistolas, ametralladoras, licuadoras, whisky, porcelana japonesa, corbatas italianas, telas inglesas, alfombras persas, gobelinos, automóviles. Juguetes mecánicos y eléctricos, discos, ropa y etcétera. Pero de qué te sirven, si lo tienes que tener escondido, necesitas comprador. El periodista que te iba a pasar el tip –con su respectiva comisión– se esfumó. Nada más sacó su cuota de la casa de citas de doña gila, de los picaderos y de los garitos y ora para encontrarlo va estar medio difícil, total algún día se le ha de venir a ofrecer un favor, y entonces va a sentir lo duro y lo tupido. Ooooy este cuate la bronca ¿por qué lo mataron? ¿qué andaba haciendo? Hoy les toca descanso la bronca chancha ¿lo dejo? ¿lo desaparezco? El cuate… ese ya se esfumó ya se me fue de cuete mi comandante pues estuvo así la bronca …… no me manda por un tubo y hasta tambo me da y la mercancía el guato ¿a quién vendérsela? Total este cuate se pasó de vivo ya le tocaba me andaba ganando el mandado pero yo no me voy a la tiznada y ¿ora qué? Yo lo dejo aquí ya después los pesos hablan fuerte casi gritan mejor me voy de volada sobres de ese patrañas chincho se fue hacia Garibaldi…). Y gordo gelatinoso corrió –dizque corría– hacia Garibaldi. Ratero entró a la plaza de Garibaldi por la calle de Honduras, vio las manchas de gente, un montón de charritos… aquí, un montón de prostitutas allá, un montón de borrachos hasta más allá, un montón de turistas hasta cercas de por acá, y el olor a ponche de granada malhecho, y los vómitos de tequila revuelto con cerveza. Ratero se fue escabullendo por la acera del tenampa –en la calle un conjunto jarocho se aventaba la bamba–, oyó un chiflido conocido, como que le hablaban a él fiuuu iiuuu iu. Pero nada, no volteó, dio la vuelta hacia le derecha, al mercado, entró en él, tenía el presentimiento de que lo venían siguiendo. Pasó los puestos de birria, de barbacoa, de tostadas, de carnes asadas, de flanes, de capirotada, de chongos zamoranos, pozole, y demás antojitos mexicanos que anexe tu imaginación o tu añoranza nacionalista. Llegó a los excusados públicos –primero el de mujeres luego el de hombres– claro das un veinte para poder depositar tu recuerdo de que un día visitaste Garibaldi. Todavía se oye hasta el mingitorio: cucurrucucú paloma no llores y cielito lindo con su fayuca y ay Jalisco no te rajes –ésta cantada por Octavio Paz con todo y sombrero y pistola al cincho– y el gran resto de canciones folklóricas del folklore mexicano, tú sabes la serranía y las cantinas y la tequila y los balazos y las mujeres de ojos negros, las trenzas largas, los senos pequeños, y las anchas ancas del caballo prieto azabache –el caballo blanco todavía anda con el hocico sangrando–. Un hombre mal encarado entró a orinar, fue directo al mingitorio, donde también hacía Ratero, sintió su mirada, se relajó, pero sin tomarle mucha importancia (…uno de tantos …), pero el desconocido lo seguía mirando con fijeza. Ratero se molestó pero se contuvo, lo miró así nomás por no dejar, por el rabillo del ojo izquierdo, volvió la vista para no darle importancia al impertinente. Mas el desconocido fingiendo tambalearse, le da un empujón a Ratero, éste se sube el cierre de la bragueta y da la media vuelta. Pero se encuentra con un cuchillo de carnicero, que se le va hundiendo en el estómago y le desgarra los intestinos, el páncreas, el hígado, y hasta el pericarpio alcanza –a Ratero la vista se le nubla, siente casi dentro de la inconsciencia un algo caliente que le escarba, y le hace una hondonada, y otro algo que le escurre. Después un vaho frío, helado y más después nada–, el cuchillo se detiene en vilo el cuerpo inerte de Ratero, con sus ojos saltándole, por no sé qué cosa, ¿si por miedo? O ¿porque ya son así? O ¿porque ya está muerto? Todavía después de haberle destrozado completamente, literalmente la parte abdominal, y desencajarle el cuchillo. Al caer el cuerpo en el suelo –mojado de orines– le da cerca de ocho machetazos, en donde caiga. El desconocido murmura más o menos así: “¿te acuerdas año del cuarenta y nueve, allá por la Candelaria de los Patos? A mi hermano tú le diste fierro, entierrado mueras, así hasta el fin de la caminata del judío errante que ya no volverá”. Desconocido salió de los excusados para hombres con el cuchillo lleno de sangre; la gente al verlo pasar, ahogaba un grito de terror, los mariachis callaron… por un momento.


Queridos lectores: hoy (Miércoles: 10 de Julio del 2019) desafortunadamente ha fallecido este gran escritor; así que quiero que lo despidamos como él se merece: teniendo un hermosísimo recuerdo de él, y agradecerle por ese estilo tan único, por sus escritos y por haber dejado tanta huella en los Mexicanos (que de hecho, nos sentimos y estamos más que orgullosos, de que alguien como tú haya formado parte de nuestras tierras). ¡“VIVA MÉXICO”. “VIVA ARMANDO RAMÍREZ”!.




Fuentes: "Milenio", "Círculo de Poesía".
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